Hay una sutileza del lenguaje en el Evangelio de
hoy (Lucas 13, 22-30) que me ha dado mucho que pensar. Se suele pensar en Jesús diciendo: “Entren
por la puerta angosta…”. Pero el Evangelio (al menos, en la traducción que
hemos leído hoy aquí en México) dice más bien: “Entren por la puerta, que es
angosta”. Habría que consultar el griego para saber qué es más exacto pero, de buenas a primeras, a
mí me parece que hay toda la diferencia del mundo entre “la puerta angosta” y “la
puerta, que es angosta”.
La primera me suena a un Jesús consciente de que
hay muchas puertas para entrar al camino de la vida, varias de las cuales son amplias,
limpias y bien decoradas…y que hay una que es angosta, más difícil de
atravesar. Pareciera que Jesús nos recomienda tomar la puerta angosta porque es angosta y ya, porque es la más
difícil. Y esto daría lugar a pensar que Jesús invita a una vida de masoquismo,
de sufrir por sufrir; a pensar que el valor de la Cruz está en el dolor, y nada
más; a pensar que uno es mejor cristiano cuanto más aprende a hacerse la vida difícil.
En cambio, creo que la invitación que Jesús hace es a entrar por "la puerta, que es angosta". Me recuerda a ese pasaje de Juan donde Jesús afirma que "el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador". Y luego: "Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo; y entrará y saldrá y hallará pasto". Así se entiende mejor que si uno quiere vivir, vivir de veras, ha de entrar a la Vida por la puerta, que es Jesús. Todos los otros caminos (que son más fáciles) no nos llevan a entrar por puertas, sino a saltarnos la cerca por cualquier lugar. Aquí la invitación no es a una vida difícil porque sí. No: la promesa es la salvación; la promesa es que, después de entrar, saldremos por el otro extremo de la puerta y hallaremos pasto, hallaremos libertad, hallaremos "Vida, y vida en abundancia".
Si imaginamos una puerta física que tuviera exactamente la forma de Jesús, tanto así que sólo alguien de su misma estatura y anchura pudiera entrar por esa puerta, podríamos pensar que atravesar esa puerta sería posible sólo en la medida en que nuestros rasgos físicos se parecieran a los de Jesús. Es cierto que el Evangelio no alude a una puerta física, pero la analogía nos sirve: atravesar la puerta que es la vida de Jesús nos es posible sólo si nuestra vida se asemeja a la suya. Y es, entonces, como si toda la vida fuera un esfuerzo por asemejar la propia vida a la vida de Jesús para que, al morir, nuestra vida tenga la forma adecuada para cruzar ese umbral. Morir sería sólo ese "cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba" del que escribía Martín Descalzo: encontrar el pasto, la vida en abundancia de la que escribió Juan.
Jesús no niega que Él, como puerta, es angosta. Ese camino para hacernos como Él exige dejar mucho atrás, y Él no nos lo esconde. Él avisa que asemejarse a Él implica una decisión y un compromiso. Es quitarse esos zancos que nos ponemos para mirar a los demás desde una altura más segura y atrevernos, en cambio, a una mirada más sincera, más profunda, frente a frente. Es despojarse de las máscaras y disfraces con los que pretendemos esconder nuestra debilidad y nuestros límites de los demás (y a veces incluso de nosotros mismos), y mostrar el corazón desnudo en su fragilidad, en su necesidad de ser amado y aceptado tal como es. Es dejar de acumular placeres, orgullos y egoísmos que nos hinchan el alma, y hacerla adelgazar con la generosidad de pensar (en palabras de Esteban Gumucio) "poco en mí, mucho en mi hermano".
Cada uno sabrá qué se puede quitar de encima para quedarse sólo con lo esencial, para llegar a tener la forma que nos permitirá atravesar el umbral de la puerta final de nuestra vida Es cierto que Jesús, en su Misericordia, se ensanchará mucho, mucho, cuando nos llegue el momento de cruzar nuestra puerta a la deriva. Pero, por paradójico que parezca, el horizonte de nuestra vida se va ensanchando en la medida en que nos vamos despojando de cosas para elegir la puerta, que es angosta. "Vengan y lo verán".
Grande San! Un abrazo
ResponderEliminarTe la rifaste bro
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