Buscando verdades

Quería volver a escribir. Hace mucho tiempo que no lo hago. Las excusas para escribir han sido muchas, pero me han pesado más las excusas para no hacerlo. A veces siento que a mi vida le falta algo si no escribo, como el futbolista extraña el césped y el balón mientras se recupera de una larga lesión. Hoy encontré una excusa muy pequeña y simple, pero quise tomarla, para volver a saborear las letras, para volver a enamorarme del papel y la tinta (o, más bien, del teclado y la pantalla que usamos los escritores de hoy).

Pasó que hoy en la mañana estaba buscando la bombilla para tomar mate. La busqué junto al lavamanos, en la rejilla donde el viento y el tiempo secan los platos mojados, y no estaba. No le di más vueltas, porque pensé que seguramente estaba en mi cuarto. Fui a mi cuarto y la busqué, pero tampoco la encontré. Entonces me dije: si no está aquí, sí o sí debe estar junto al lavamanos. Así que volví, sabiendo que esta vez debía buscar en serio porque estaba convencido de que la encontraría ahí. Y, efectivamente, busqué mejor...y ahí estaba. 

Ya con el mate entre mis manos, calentándome en esta fría mañana, la primera que nos trajo lluvia en este otoño, me pasó por la cabeza que hay muchas veces que, cuando buscamos, no encontramos porque no creemos que vamos a encontrar. Pasamos por la vida haciéndonos preguntas, haciéndole preguntas a Dios, sin ninguna intención verdadera de encontrar respuestas. Hacer preguntas está muy bien: es humano, es necesario. Es uno de los rasgos más hermosos de esa infancia a la que todos estamos llamados a volver. Pero los que hemos visto a un niño preguntar, sabemos que lo hace porque confía en obtener una respuesta, y que no descansa hasta haberla obtenido. No nos vale preguntar por preguntar; preguntamos porque queremos alcanzar una Verdad que está velada, pero (así nos lo sugiere nuestra fe) revelándose. Es esa confianza en que la Verdad quiere ser conocida la que nos mueve a seguir buscando, obstinadamente, una y otra vez, de maneras siempre nuevas. Si no confiamos en el sentido que yace oculto en el fondo de nuestra vida (intimor intimo meo, como diría San Agustín) corremos el riesgo de darnos por vencidos demasiado pronto...de pasar las mañanas más frías sin el calor hogareño del mate.

Creo que puede pasarnos algo parecido cuando hablamos con alguien que tiene una opinión distinta a la nuestra. Muchas veces, esos diálogos no prosperan porque no hay ninguna confianza en que detrás de los argumentos del otro hay también semillas de verdad. Escuchamos por educación, en el mejor de los casos; pero no estamos dispuestos a dejarnos tocar, a dejarnos conmover, a adentrarnos en la piel del otro para tratar de comprenderlo realmente. Esto me nace decirlo a raíz de la actualidad en Chile, marcada especialmente en estos últimos días por el movimiento feminista y por la situación de crisis que atraviesa la Iglesia. ¿Escucharía yo a una mujer feminista tan convencido de que en lo que me dice hay algo de verdad como lo estaba de que encontraría la bombilla de mi mate? ¿Se hubiera llegado a la situación actual de la Iglesia si hubiéramos sabido escuchar a las víctimas, si nos hubiéramos dejado conmover por un testimonio que contenía, en sus raíces, tanta verdad?

Hace sólo unos días, el Evangelio nos volvía a recordar: "Dejen que los niños se acerquen a mí..." ¿No podríamos decir nosotros en respuesta: Deja, Señor, que me acerque a la verdad como los niños, que la busque como ellos, con los ojos abiertos y los brazos extendidos, confiando ciegamente en que, tarde o temprano, la encontraremos...?

Comentarios

  1. Gonzalo Valenzuela Hidalgo30 de mayo de 2018, 17:43

    Muchas gracias, Santi!! El tema da para mucho! Excelente texto!

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  2. Muchas gracias!!!! Tus reflexiones siempre llegan en un momento perfecto en lo personal

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  3. Tambien es bueno pensar del otro lado, una feminista debería escuchar con detenimiento a la iglesia actual, no solo descartarla, si no pensar que se puede encontrar una verdad , y un apoyo dentro de la iglesia. La reflexión funciona de ambos lados de la iglesia, y de los que se oponen a ella sin escucharla y creer que se puede encontrar algo que buscan en ella

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