Un terrorista de mi edad

Estoy enojado. No me entiendo a mí mismo, ni entiendo al mundo, y muchas veces tampoco entiendo a Dios. Suena tan impersonal, decirle “Dios”…

Ayer hubo un atentado en Manchester, perpetrado por un terrorista que tiene (tenía), como yo, 22 años. Qué impersonal suena también, “perpetrado por un terrorista”… Supongo que inventamos esos eufemismos para que no nos duela tanto.. Hubieron “veintidós víctimas y cincuenta y nueve heridos”… Lo mismo. ¿Sus nombres? ¿Por qué no nos dicen sus nombres? De él sí sabemos el nombre. Salman Abedi, se llamaba. Hasta tiene mis mismas iniciales…

Duele más, ¿no? Tenía mi edad, tenía un nombre parecido al mío. Y de alguna manera él, tan hombre, tan humano como yo, encontró algo por lo que valía la pena morir y matar. Morir y matar. Ahora suena inhumano. Lo es, ¿no? Pero duele, porque de “nombre y edad” pasamos a “morir y matar”. Y, si el primer par de palabras ayuda a constituir una identidad, la brutalidad del segundo casi la destruye.

Pero encontró algo. Él, Salman Abedi, encontró algo por lo que valía la pena morir y matar. Sabía lo que significa que un gran idea te queme por dentro. Y, aunque su gran idea sea todo lo terrible que queramos, ¿cuántos de nosotros sabemos lo que es ese fuego interior?

¿Cuántos de nosotros tenemos una gran idea por la que estaríamos dispuestos a dar la muerte?

Pero podemos tener algo mejor, quizá. Podemos tener un gran amor por el que valga la pena dar la vida. Y dar vida. Vivir y vivificar. Ese sería un fuego más fuerte, ¿no? Salman se robó veintidós vidas. Yo, ¿cuántas he dado? Salman murió. Yo, ¿vivo?


Esto no es una respuesta, ni una solución, ni una apología de nada. Es una voz más en el clamor que alza el mundo, cada vez con más fuerza. Es un grito, quizá sólo para mí mismo y desde mí mismo. Un grito para despertarme y pensar, no en cuántas muertes puedo cobrar con mi muerte, sino en cuántas vidas puedo encender con mi vida. Y la primera que debería encenderse es la mía. “Debería” en el sentido de “should”, y no de “must”. O sea, como un “ojalá”, como un “¡por favor!”. Porque el grito también se eleva al Cielo, como una súplica. Para que Él (cuyo Nombre sabemos) sea quien me encienda, quien encienda siempre nuevas vidas. Para que me enseñe a vivir siempre ardiendo por dentro, ardiendo por Su gran Amor. Para que nos lo enseñe a todos.

Comentarios

  1. ..dar la muerte suena fácil, no creo que lo sea; me inclino mejor por DAR LA VIDA como JESÚS la dió por cada uno de nosotros, tampoco es fácil pero llena tu Ser...!!

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