Al Cristo Orante

Antes del alba, el rumor de tus pasos
me arrancó del morir que es cada sueño;
tu fragancia en la noche del otoño
me condujo a tu Presencia, monte arriba.

Sin más luz que la sed de mis anhelos,
bajo la pálida mirada de una
estrella, adiviné tu Figura
silenciosa, de rodillas ante el Padre.

Montaña fue aquel día tu Desierto,
el silencio fue tu Música elocuente,
y la llama de tu Corazón ardiente
quiso encenderse en mí, ¡oh Cristo Orante!

El misterio elevó hacia Ti mi alma:
voces, penumbra e incienso mantuvieron
cautivos mi respiración, mis ojos,
y me hicieron ser, por un instante,
todo tuyo.

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