El Misterio de Lázaro

Temprano en la mañana, caminaba sobre el pasto del jardín con los pies semi-descalzos...porque tenía puestos unos huaraches. Sentí que se mojaban mis dedos al tocar el rocío que empapaba de manera casi imperceptible todo el jardín. Y sonreí, por alguna razón. Quizá porque sentir los pies mojados me traía ecos de mi niñez, o tal vez porque me daba nostalgia de Cielo. Entonces, mi sonrisa se ensanchó porque pensé que, en el fondo, la inocencia de la niñez y la del Cielo tienen mucho de parecido.

De pronto, se nubló mi rostro. Y es que me vino la noción infantil de quizá la tierra se cubre de rocío cada día porque Dios llora todas las madrugadas. Quizá llora porque durante la noche, mientras los hombres dormimos, Él hace un recuento de todas las locuras que ocurrieron el día anterior: se da cuenta de que a menudo no sabemos apreciar la belleza de los detalles que Él nos regala en lo cotidiano; ve que nos olvidamos de amar en lo pequeño, de sonreír, de murmurar palabras de aliento, de cantar alguna canción hermosa; vuelve a mirar a sus hijos que sufrieron por la guerra, por la pobreza y la injusticia; recuerda a los que el mundo ha olvidado y ha dejado tirados en las calles, cubiertos de periódico y temblando de frío. Y al final, vierte las lágrimas más sentidas y amargas por sus amigos que murieron. 

A menudo olvidamos que Dios quiso hacerse hombre, que "el Verbo se hizo Carne y puso su morada entre nosotros." A menudo olvidamos que Jesús era tan hombre como tú, como yo, como cada uno de nosotros: que tuvo frío, que pasó hambre, que de vez en cuando le hacía falta un lugar donde recostar la cabeza. Es curioso que suceda, creo yo...olvidamos lo que hace que Dios esté más cerca de nosotros. Olvidamos que Dios lloró y sigue llorando. Lloró en Getsemaní, mientras sus apóstoles dormían ante la inminencia de su pasión. Lloró cuando llegó a Betania y miró el sepulcro gris y frío de su amigo Lázaro. Yo imagino que, siendo que su naturaleza humana no sabía aún lo que era vencer a la muerte, para una parte de Él la muerte era medio inexplicable. Y su primera reacción, antes de que su naturaleza divina le susurrara al oído su Consuelo, era el llanto. Porque es cierto que la muerte nos sigue desafiando, a pesar de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Lo primero que nos golpea al enfrentarnos con la muerte es esa sensación de incomprensión, de sinsentido, de un desgarrador vacío que congela nuestras fuerzas y paraliza la alegría. Para mí, aun asiéndome con fuerza de la esperanza que me ancla a Dios, lo único que puedo hacer ante la muerte es llorar. Como Jesús ante la tumba de Lázaro. Llorar en silencio, con el corazón hecho pedazos. Y preguntarme: "¿Cuándo, cuándo serán consolados los que lloran?" Y dejar caer mi alma en las manos de mi Padre, sin poder escuchar su respuesta, pero entregándole a Él el corazón, porque si no, no tendría a quién dárselo. Porque también Jesús lloró, aunque segundos antes le había dicho a Marta: "Tu hermano resucitará." Incluso le dijo: "Yo soy la resurrección y la Vida"...¡y lloró! ¿Cómo podría yo hacer otra cosa?

Sin embargo, el misterio vino después. Porque sí: hubo vida. Lázaro salió y volvió a andar...volvió a amar. Retomando el pensamiento del rocío en la mañana: el sol sale cada día, brillando como el Amor, y seca las lágrimas de Dios que se habían esparcido por el mundo. Toma su tiempo: Lázaro estuvo cuatro días en el sepulcro, y la tierra queda húmeda por varias horas después de que sale el sol. A nosotros puede tomarnos horas, días, semanas o meses. Quizá nos tome años. Pero en algún momento hemos de tomar la decisión de escuchar la Voz que nos dice: "Veni foras!" "¡Sal!" Y escucharla es una invitación para tomar esos pedazos de corazón roto y regalárselos a aquellos cuyo corazón está aún más herido que el nuestro. Y mientras lo hacemos, comenzará a palpitar en nuestro pecho un nuevo corazón, más fuerte, más pleno, más dispuesto a la batalla, más propenso a las sonrisas y más preparado para amar. 

La respuesta a una vida que se acaba no puede ser otra que se apaga; al contrario. Ha de ser una voluntad y una pasión por vivir (en los que quedamos vivos) que alcancen límites que antes eran inimaginables. Me atrevo a creer que eso es lo que nuestros amigos que han partido quieren. Y sí, digo "quieren"...porque los muertos, amigos míos, están más vivos que nosotros. 




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