Dudo de mí,
de mi débil fortaleza,
de mi loca sabiduría.
Dudo del camino
que recorro con las riendas
de mi vida entre mis manos.
Dudo de esa historia
que yo escribo solitario,
con un lápiz egoísta.
¡Mas no de ti, Reina,
Nunca de ti!
Nunca de tus ojos
que me miran con ternura
cuando lloro en tu Santuario.
Nunca de tus manos
que me acogen y me guían
si como niño confío.
Nunca del corazón
que se abre entero para mí
y me conduce hacia el cielo.
Nunca, Madre, de la
Historia que se escribe con
tu Hijo, siendo todos uno,
del camino en que me
llevas al gozo del alma
para ti y para todos.
¡Nunca del fuego que
me hace arder de amor por Cristo
y entregar toda la vida!
No de ti, Reina, nunca de ti.
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