Oh, sons of Adam!

Más de una vez en nuestras vidas (probablemente) hemos escuchado esa maravillosa historia de cómo Moisés sacó a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Esa escena inmortal del Mar Rojo dividido, con miles de israelitas cruzando a toda velocidad ese camino que surgió súbitamente, con una pared azul de mar a cada lado, y con el ejército del faraón a sus espaldas...esa escena inmortal está grabada en nuestras mentes desde niños. Pero ayer, escuchando el relato de nuevo, me llamó la atención una frase que no había notado antes. Viendo ante ellos la profundidad del mar, los israelitas exclaman. "¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos en Egipto: Déjanos en paz, serviremos a los egipcios, pues más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto?" Me pareció extraño que aquéllos que tanto habían añorado su libertad la despreciaran ahora, teniéndola tan cerca. 

Y ciertamente, parafraseando a Don Quijote, la libertad es uno de los dones más preciosos que puede tener el hombre, y uno de los bienes más "codiciados" por el hombre actual. La buscamos en todas partes, perseguimos ese ideal por numerosos caminos...pero a menudo, mientras más buscamos el concepto de libertad que nosotros mismos creamos (que, más que ser libertad, es un libertinaje total), más nos vamos encadenando a esas ilusiones, a esa filosofía de la "libertad" y la "felicidad" que tanto propaga el mundo pero que no es más que una ridícula quimera. 

De pronto, oímos que se nos dice: "¡La Verdad los hará libres!" Y entonces nos volvemos a hacer esa pregunta que acecha a la humanidad desde hace dos mil años..."¿Qué es la Verdad?" Pero en vez de buscar respuestas, tendemos a seguir haciéndonos preguntas sin sentido que sólo van posponiendo nuestra búsqueda. Nos asusta la inmensidad del mar de Sabiduría y de Amor que se abre ante nuestros ojos, y cuando comienza a llegarnos su fresca brisa, preferiríamos mil veces regresar a escondernos a nuestras cadenas de esclavos, a nuestras tumbas en Egipto...regresar a ese egoísmo que disfrazamos de libertad porque es hacer "lo que yo quiero." Regresar a unos corazones acorazados, blindados contra la solidaridad y el respeto. Regresar a una "liberación sexual" que lo único que libera es el animal que llevamos dentro y que al atarnos a nuestras pasiones, a nuestros deseos desordenados y a nuestros caprichos del momento, nos impide tomar decisiones con responsbilidad y madurez. Regresar a otros vicios cuya "libertad" consiste en hacer que nos olvidemos de la realidad por unas horas, pero que van tejiendo a nuestro alrededor una red de la cual después es casi imposible zafarse. Sí, ¡qué hermosa "libertad" es esa que ya no nos deja soñar en grande ni apuntar a lo alto, y nos mantiene encadenados a nosotros mismos y a cosas que empequeñecen nuestra alma!

Y es ese momento en el que podemos recordar a C.S. Lewis, o más bien, a Aslan, que en el primer libro de las Crónicas de Narnia sacude con una frustración llena de Amor su dorada melena y exclama: "Oh, sons of Adam, how cleverly you defend yourselves against all that might do you good!" Y es ese momento en el que podemos oír el eco de la voz de G.K. Chesterton, que nos dice: "It is time we gave up looking for questions and began looking for answers." Y es ese momento en el que, si ponemos atención, podemos escuchar también el eco de la Palabra eterna, que nos susurra al oído: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida."

La libertad no es simplemente hacer "lo que yo quiero." La verdadera libertad implica tantísimas cosas...primero que nada, implica conocer la verdad de uno mismo. El autoconocimiento es fundamental para poder tomar decisiones. Hay que saber quién somos para poder saber en realidad qué queremos. Hay que saber de dónde venimos para saber hasta dónde queremos llegar. Además, parte de conocerse a uno mismo es tener conciencia de que nuestra existencia no es producto del azar, sino que fuimos creados con un propósito; fuimos creados por amor y para amar. Ese autoconocimiento nos lleva luego a poseernos a nosotros mismos. Y poseerse es absolutamente indispensable para entregarse a una causa con entusiasmo y con ardor, para perseguir lo que se desea hasta el límite. Es indispensable para que, al elegir algo, seamos realmente libres de lograrlo. Si le pertenecemos al dinero, por ejemplo, o a la indiferencia o a los vicios, ni vamos a poder descubrir lo que en realidad queremos ni vamos a poder tomar la decisión de luchar por ello. Por otro lado, la libertad también significa conocer la verdad de lo que se quiere. Una decisión no debe ser tomada si no sabemos qué es eso que estamos escogiendo. De no ser así, nuestra libertad se verá condicionada; no podremos realmente elegir, sino que esa ignorancia nos empujará a lo que parezca mejor aunque quizá no lo sea. La libertad conlleva también una responsabilidad. Nuestras acciones no nos afectan sólo a nosotros mismos; influyen en las vidas de los que están cerca de nosotros y nos aman, e incluso, de un modo misteriosamente bello, en las de otras personas que ni siquiera conocemos y que probablemente nunca llegaremos a conocer. 

"No man is so free as he who is able to renounce his own will and do the will of God." Otra paradoja de la fe. Y como todas las demás, en su aparente insensatez tiene una de las llaves para abrir el cofre que guarda el tesoro de la felicidad humana. Esta paradoja, incomprensible desde un punto de vista humano pero llena de sentido si nos apegamos a la lógica de la Cruz y del Amor, es la que guió también los pasos de Moisés y su pueblo cuando cruzaron el Mar Rojo. A regañadientes dejaron atrás lo que les dictaba la prudencia, y gracias a ello fueron testigos de los milagros del amor de Dios. Con todo el trabajo del mundo, dejaron la "comodidad" que les proporcionaba su esclavitud en Egipto y persiguieron el sueño de la Tierra Prometida a través de cuarenta años en el desierto. Pero después de esos cuarenta años, que para algunos fue toda una vida, llegaron a la alegría y a la paz que Dios les había prometido. Renunciar a su "libertad" y someterse a la locura de Dios los llevó a encontrar la verdadera libertad, la verdadera felicidad. Esa locura del Amor que es Dios no es, ni será nunca, un obstáculo para nuestra libertad...encadenarse libremente a Dios es, más bien, el único Camino que puede conducirnos hacia la plenitud de la libertad.


Comentarios

  1. El Hombre es Hombre en tanto que es libre. Entiendo libertad como la posibilidad de ejercer la voluntad propia. Ahora bien, no por actuar de la forma más moralmente vil el hombre deja de ser libre, puesto que su libertad le es inmanente. En mi opinión la libertad no se pierde al entregarse a las pasiones (sean cuales fueren) sino que se sigue ejerciendo. Resulta pues que hablar de una Libertad o de un libertinaje, no es otra cosa que tomar un elemento A (Libertad)y sumarle un elemento B (juicio moral). Sin embargo, la frase "No man is so free as he who is able to renounce his own will and do the will of God" mantiene todo su poder, dado que la renuncia a la voluntad propia para hacer la voluntad de Dios es el acto de libertad más grande que un hombre jamás pueda hacer, y es hecho por Amor. Cristo, el Camino, no es una obligación, sino una elección.

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  2. Agradezco tu comentario...en mi opinión, en el momento en que un hombre elige una acción moralmente incorrecta, como las que menciono en la entrada, es totalmente libre de tomar esa decisión, pues como dices, su libertad le es inmanente. Sin embargo, aunque esta primera acción sea totalmente libre, elegir el mal causa que el hombre entre en una especie de "círculo vicioso", y es éste el que, a la larga, condiciona su libertad. Por el contrario, al elegir actuar por Amor, se entra en lo que podría denominar un "círculo virtuoso" en el que seguir cumpliendo la voluntad de Dios (siempre por Amor) conduce a una libertad y felicidad más plenas.

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