Una vez, en nuestro mundo...

Mi reflexión navideña de este año comenzará, como no podía ser de otra manera, con una frase de C.S. Lewis, uno de mis autores favoritos. No es, sin embargo, una frase de sus libros de Filosofía y Teología, sino de sus famosos cuentos para niños, "Las Crónicas de Narnia." Es curioso, porque es una prueba más de que las cosas que son "para niños" muchas veces tienen en su sencillez una profundidad y una sabiduría incomparable. En fin, la frase es del séptimo libro, y dice: "Once in our world, a stable had something in it that was bigger than our whole world." O sea: "Una vez, en nuestro mundo, en establo tenía algo dentro de él que era más grande que el mundo entero." (Más o menos, las traducciones nunca pueden ser perfectas...)

No hace falta que le agregue nada a esa frase, la verdad. Es la cosa más simple y evidente del mundo. A pesar de esto, muchas veces nos olvidamos de lo que en realidad significa. Nos olvidamos de que hace 2012 años, en una noche fría, en un establo de Belén, Dios, hecho hombre por nosotros, nació en la más grande humildad, en el silencio más profundo. Nos olvidamos de cómo seguramente tembló su cuerpo pequeño y frágil, de cómo se estremeció con un escalofrío al sentir el viento, de cómo su llanto divino atravesó el silencio de la noche. Nos olvidamos de la cálida sonrisa de María, de la benévola mirada de José. Nos olvidamos de que Dios escogió asumir la debilidad y la pobreza del hombre por Amor. De que al tomar Jesús nuestra condición, hizo que nosotros pudiéramos convertirnos en hijos de Dios, hizo que pudiéramos vivir la paz y la alegría de ver su carita de niño abriendo los ojos para el mundo. De que un milagro de Amor ocurrió para nuestra felicidad.

He dicho "nos olvidamos", como si fuera por descuido, por accidente, aunque quizá eso no sea del todo cierto. Y es que, más bien, muchas veces simplemente no queremos verlo. Le cerramos las puertas de nuestro corazón a Jesús. Igual que pasó hace dos mil años, Jesús tiene que tocar cientos de puertas para que haya alguna que lo deje entrar. Y aún si lo dejamos entrar, tal vez ni siquiera tenemos preparado el espíritu para recibirlo como el se merece. Lo mandamos a un establo que está sucio con nuestros egoísmos, rencores y superficialidades en vez de prepararle el mejor lugar de nuestro corazón. A mí la verdad esto es lo que más me pone a pensar cada Navidad: vemos y sabemos que el Amor de Dios es tan grande y que obra un milagro para acercarse a nosotros...y no nos importa nada. A veces no somos capaces (y me incluyo) de dejar a un lado tan sólo por una noche nuestro mal humor, nuestra preocupación por cosas mundanas que no tienen en realidad ninguna importancia, nuestro egoísmo e incluso nuestra vanidad. No somos capaces de pensar por una noche en cómo hacer felices a los demás, en cómo mantener una sonrisa en el rostro durante toda la Cena. No somos capaces de pensar en cómo abrirle al Niño Jesús nuestro corazón para dejar que entre y renueve nuestra vida.

Pero hay tiempo. Hay tiempo para que le preparemos a Jesús hoy el mejor rincón de nuestra alma. Hay tiempo para que perdonemos, para que sonriamos, para que reflexionemos en todas estas cosas. Yo estoy seguro de que lo único que Jesús quiere para nosotros, y lo único que nosotros necesitamos para ser felices esta Navidad, es que abramos nuestras puertas con alegría. Que nos demos cuenta de la grandeza que se escondió en ese establo. Que dejemos entrar al Amor a nuestra vida. Que le ofrezcamos a Jesús un corazón sincero, humilde y en paz, para que Él pueda entrar y enseñarnos a amar, a sufrir y a vivir plenamente.

¡Feliz Navidad a todos!

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