La caminata de aquel día comenzó con un leve ascenso hasta la cima de una colina más alta. El sol, que acababa de despegarse de la línea del horizonte, brillaba con luz pero sin calor, y proyectaba nuestras largas sombras sobre el suelo de piedras y tierra. A ambos lados de nosotros se alzaban unos arbustos más o menos de nuestra altura, cuyas ramas estaban infestadas de pájaros que cantaban, dándole la bienvenida al nuevo amanecer. Íbamos hablando un poco, no recuerdo de qué. Frente a nosotros podíamos ver cómo la tierra gallega subía y bajaba, creando montes de un verde exuberante que muy a lo lejos se fundían con las nubes del cielo gracias al blanco resplandor del sol.
Seguimos caminando. Después de un rato, nos abandonó el sonido de los pájaros, y cuando no hablábamos, el único ruido que podíamos escuchar era el de nuestras pisadas y el de nuestros bastones que se clavaban en la tierra o chocaban contra alguna piedra. Fue pasando el tiempo, y, sin previo aviso, comenzó a llover. Era una lluvia leve, que parecía brisa y acariciaba el rostro. Era como la lluvia irlandesa que en algún momento de mi vida me enamoró. Recordé, sintiendo la lluvia y viendo las verdes colinas, que tanto en Irlanda como en Galicia vivieron los celtas en algún momento de la historia. Supongo que a ellos les gustaba más que otra cosa ese verde y esa lluvia delicada...
Mi amigo rompió el silencio diciéndome: "¿Sabes qué pienso? Que la vida es como el Camino. A veces hay gente que pasa todo el tiempo mirando las piedras en el suelo en vez del paisaje y la belleza que hay a su alrededor. Y sí, es necesario ver a veces las piedras, porque si no podríamos tropezar. Pero lo principal, lo mejor, es ver todo lo que te rodea, y dejar que eso te haga feliz."
"Sí...y yo creo," dije yo, "que también porque hay unas partes fáciles, que son planas o que van bajando, pero otras son mucho más duras, como subidas más empinadas; pero siempre..." No supe cómo continuar.
"Siempre hay que seguir adelante."
"Sí." Sonreí. "Otra cosa es porque siempre hay que tener un objetivo claro por el cual hay que luchar. Debemos tener objetivos pequeños, a corto plazo, como aquí lo son los pueblos a los que vamos llegando cada día. Y también tenemos que tener un objetivo mayor, un ideal...Santiago."
Él asintió y ambos sonreímos. Volvimos a hacer las palabra a un lado y nos sumimos en nuestros pensamientos. Yo pensaba que el Camino te ayuda a comprender la eternidad. La eternidad ha de ser como esas siete horas de Camino que duran infinito pero que al mismo tiempo duran muy poco, y parece que se van volando. Así como a la mitad de la caminata no te acuerdas de cuando empezaste ni puedes vislumbrar un final, así es la eternidad y así es Dios. Es un presente para siempre, igual que en el Camino el momento en el que das un paso y te encuentras en medio de un bosque o en la cima de una colina es el que te absorbe y te paraliza, el único momento que en realidad existe, el único paso que en verdad importa dar.
El día anterior, un madrileño que ya había hecho el Camino nos dijo: "La verdad es que da lástima llegar a Compostela. Y es que es como la vida: naces en O Cebreiro y mueres en Santiago. Y da pena que se acabe." Supuse que tenía razón. Claro, al final, después de tantos pasos y pensamientos, también el Camino se termina. Pero también es hermoso que termine. Las Bienaventuranzas que había visto decían que "el verdadero Camino comienza cuando se acaba." Y así es: regresamos a la vida cotidiana con la misión de poner en práctica todo lo que hemos aprendido. Y esa vida cotidiana es hermosa y plena, quizá incluso más que el Camino, porque, de algún modo, es la vida "real". Pues bien; cuando acabamos esa vida "real", cuando acabamos ese auténtico Camino, da tristeza. Es una realidad: la muerte entristece. Sin embargo, hay otro aspecto que a menudo perdemos de vista y que es igualmente cierto: la muerte, el final de un Camino, es el comienzo de uno nuevo, más hermoso, más pleno y más real y que, ahora sí, dura para siempre. Santiago es la muerte del Camino, pero también es la puerta a una vida vivida con nuevos secretos. La muerte...es la muerte, pero también es la puerta al Cielo, que se abre de par en par ofreciéndonos la felicidad infinita. Ese poema de "Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero," cobró un significado nuevo. Aunque aprovechaba cada segundo de Camino, y en cierto modo no quería que la experiencia terminara, moría de ganas por llegar a Santiago. Así, aunque amo mi vida y disfruto cada instante y hago que valga la pena, también miro con esperanza a ese hermoso destino que sé que me aguarda.
Caminábamos sin parar, pasando por bosques frondosos, praderas con senderos junto a la carretera, caminitos estrechos que subían las montañas, puentes que cruzaban pequeños ríos, bajadas y subidas empinadas y pedregosas...se intercambiaban las palabras y el silencio entre nosotros. La única constante era esa sonrisa que se había dibujado en nuestros labios, y que no desaparecía nunca...
Seguimos caminando. Después de un rato, nos abandonó el sonido de los pájaros, y cuando no hablábamos, el único ruido que podíamos escuchar era el de nuestras pisadas y el de nuestros bastones que se clavaban en la tierra o chocaban contra alguna piedra. Fue pasando el tiempo, y, sin previo aviso, comenzó a llover. Era una lluvia leve, que parecía brisa y acariciaba el rostro. Era como la lluvia irlandesa que en algún momento de mi vida me enamoró. Recordé, sintiendo la lluvia y viendo las verdes colinas, que tanto en Irlanda como en Galicia vivieron los celtas en algún momento de la historia. Supongo que a ellos les gustaba más que otra cosa ese verde y esa lluvia delicada...
Mi amigo rompió el silencio diciéndome: "¿Sabes qué pienso? Que la vida es como el Camino. A veces hay gente que pasa todo el tiempo mirando las piedras en el suelo en vez del paisaje y la belleza que hay a su alrededor. Y sí, es necesario ver a veces las piedras, porque si no podríamos tropezar. Pero lo principal, lo mejor, es ver todo lo que te rodea, y dejar que eso te haga feliz."
"Sí...y yo creo," dije yo, "que también porque hay unas partes fáciles, que son planas o que van bajando, pero otras son mucho más duras, como subidas más empinadas; pero siempre..." No supe cómo continuar.
"Siempre hay que seguir adelante."
"Sí." Sonreí. "Otra cosa es porque siempre hay que tener un objetivo claro por el cual hay que luchar. Debemos tener objetivos pequeños, a corto plazo, como aquí lo son los pueblos a los que vamos llegando cada día. Y también tenemos que tener un objetivo mayor, un ideal...Santiago."
Él asintió y ambos sonreímos. Volvimos a hacer las palabra a un lado y nos sumimos en nuestros pensamientos. Yo pensaba que el Camino te ayuda a comprender la eternidad. La eternidad ha de ser como esas siete horas de Camino que duran infinito pero que al mismo tiempo duran muy poco, y parece que se van volando. Así como a la mitad de la caminata no te acuerdas de cuando empezaste ni puedes vislumbrar un final, así es la eternidad y así es Dios. Es un presente para siempre, igual que en el Camino el momento en el que das un paso y te encuentras en medio de un bosque o en la cima de una colina es el que te absorbe y te paraliza, el único momento que en realidad existe, el único paso que en verdad importa dar.
El día anterior, un madrileño que ya había hecho el Camino nos dijo: "La verdad es que da lástima llegar a Compostela. Y es que es como la vida: naces en O Cebreiro y mueres en Santiago. Y da pena que se acabe." Supuse que tenía razón. Claro, al final, después de tantos pasos y pensamientos, también el Camino se termina. Pero también es hermoso que termine. Las Bienaventuranzas que había visto decían que "el verdadero Camino comienza cuando se acaba." Y así es: regresamos a la vida cotidiana con la misión de poner en práctica todo lo que hemos aprendido. Y esa vida cotidiana es hermosa y plena, quizá incluso más que el Camino, porque, de algún modo, es la vida "real". Pues bien; cuando acabamos esa vida "real", cuando acabamos ese auténtico Camino, da tristeza. Es una realidad: la muerte entristece. Sin embargo, hay otro aspecto que a menudo perdemos de vista y que es igualmente cierto: la muerte, el final de un Camino, es el comienzo de uno nuevo, más hermoso, más pleno y más real y que, ahora sí, dura para siempre. Santiago es la muerte del Camino, pero también es la puerta a una vida vivida con nuevos secretos. La muerte...es la muerte, pero también es la puerta al Cielo, que se abre de par en par ofreciéndonos la felicidad infinita. Ese poema de "Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero," cobró un significado nuevo. Aunque aprovechaba cada segundo de Camino, y en cierto modo no quería que la experiencia terminara, moría de ganas por llegar a Santiago. Así, aunque amo mi vida y disfruto cada instante y hago que valga la pena, también miro con esperanza a ese hermoso destino que sé que me aguarda.
Caminábamos sin parar, pasando por bosques frondosos, praderas con senderos junto a la carretera, caminitos estrechos que subían las montañas, puentes que cruzaban pequeños ríos, bajadas y subidas empinadas y pedregosas...se intercambiaban las palabras y el silencio entre nosotros. La única constante era esa sonrisa que se había dibujado en nuestros labios, y que no desaparecía nunca...
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