Imagina que este poema es una rosa,
una rosa roja que
corté para ti del jardín,
o que compré en una calle
rebosante de luz y vida.
Imagina que es mi cariño
encerrado entre sus pétalos,
que es mi voz prisionera
de la fuerza de su tallo,
que es mi esperanza
el perfume que ella exhala.
Imagina que, al dártela,
abrazo con la mano
sus espinas.
Imagina que el dolor
que me invade
es la leña que aviva el fuego
de un cariño que no muere,
que es el soplo de vida
que alimenta mi sueño
y fortalece todas mis ilusiones.
Imagina que la fuerza de su tallo
es la mía, es la nuestra,
es la que mantiene unidas las promesas
que nos dimos bajo el azul
de una tarde,
es la que le da firmeza
a los recuerdos de caminos
diez mil veces recorridos,
de miradas compartidas,
de las sonrisas que tú siempre
me robabas.
Imagina que sus pétalos
son la suavidad de tus manos.
Imagina que con ellos
acaricio con cuidado
los rincones de
tu rostro,
que son ellos los párpados
traidores que escondieron
tus ojos
después de que besé
tu frente.
Imagina que caen lentamente,
uno a uno,
y que cuando el último
toque el suelo
yo tocaré a tu puerta;
¡imagina que son
el anhelo del que espera!
Imagina que su perfume
es aquél que de ti emana,
que es aquél que el viento mece
y que lleva hasta mi mente.
Imagina que es también
el de un mar de primavera
que nos vio sonreír
por la vez última,
el de una tierra mojada
por las lágrimas de un cielo
que lloraba amargamente
con nosotros.
Imagina que este poema es una rosa:
que mis versos son sus hojas,
que mis letras son su rojo,
que este todo que he hilado
es la belleza que Dios creó
de golpe
en la pequeñez de tu flor.
Imagina que este poema es una rosa
que te ofrezco
con una sonrisa,
que te regalo
con el corazón
que te doy
con el alma,
con toda el alma.
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