Resurrección de la Ilusión

Navego por la vida en mi frágil barco,
con mil ideales por bandera,
cien sueños como esperanza marinera
y mirada fija en el añorado puerto de desembarco.


Recorro los caminos invisibles trazados
por la marea del destino, de la Voluntad Eterna.
Casi ciego, con una fe que se erigió como linterna,
avanzo lentamente por senderos olvidados.


Un mar en calma rodea al navío:
lo mece la marea, lo acarician las olas,
y un viento salado besa y empuja sus velas
y lo observa de arriba el limpio cielo del estío.


Así en la vida, adormecida por la rutina,
pasan minutos que parecen milenios;
quedamos, lentamente, de ensueño plagados,
prendados de la hermosa quietud marina.


Nos enamora de pronto una ilusión:
la colocamos en un pedestal inalcanzable,
hacemos de ella el centro inamovible,
el motor infinito, la inefable inspiración.


¡Estrella polar del valeroso navegante,
brújula guía del inexperto timonel!
¡Luz brillante del final del túnel, 
salvación del velero zozobrante!


Y sin embargo, cuando se alcanza la anhelada paz,
parece que el hado cruel prepara
con desprecio esa terrible y clara
realidad que es común para todo hombre sobre la faz.


Emergen las nubes del lejano horizonte;
cubren el sol, oscurecen el firmamento,
y gestan en ellas tormenta y tormento
para el alma inocente y vacilante.


Derrumban con estrépito al puro ideal,
y dejan desnudo, temeroso y derrotado
al ingenuo idiota que en el amado
sueño creyó sin cuestionarse...¡error fatal!


Su barco, azotado por la lluvia y por el viento,
va sin rumbo en el inmenso océano,
impulsado por lágrimas y suspiros en vano,
por el eco tenebroso de un interminable lamento.


¿Tendrá final acaso la Odisea por la tristeza?
¿Verán de nuevo un puerto iluminado
el velero moribundo, el capitán traicionado?
¿Encontrarán de nuevo de la tierra la firmeza?


En el momento más aciago y más sombrío
se deja ver súbitamente un rayo de luz,
la claridad salvadora de una cruz,
la esperanza antes perdida con veloz hastío.


Con una palabra, con una sonrisa de azar,
se disipa la negra neblina que acechaba.
Con una caricia, sin ser siquiera planeada,
se vuelve la dulce calma a entronizar.


Retorna un mar de profundidad azulada,
un cielo con la música de sus gaviotas,
un sol que deja caer un millón de doradas gotas
y una brisa que columpia con su alegría salada.


Regresa la sagrada convicción de que la vida
es maravillosa, de que no vale la pena
sino la alegría, y de que la eterna
batalla que aún aguarda será digna de ser luchada.

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