El cielo te pensó en mi camino
desde antes de que el tiempo existiera.
Te grabó para siempre en mi destino
una estrella, del infinito prisionera.
Nos ató en lo eterno una suerte
que, cual cadena de hierro forjado,
hizo nuestra unión tan fuerte
que ni el tiempo ni el mal la han soltado.
Viví lejos de ti durante años,
con un velo divino que guardaba mi mirada
para la hermosura de tus divinos ojos
y la belleza de tu sonrisa soñada.
Poco a poco, amor mío, lentamente,
se fue alzando. Me iba mostrando
los rincones de tu alma pausadamente,
para que yo me fuera maravillando
ante tu grandeza. Me enseñó
tu alegría, esa que llena el alma
de paz y esperanza. Me llevó
de la mano a descubrir con calma
que te convertirías en mi razón,
que día tras día te convertirías
en la reina incontestable de mi corazón;
que mi sueño era verdad, que me querías.
Y hoy, niña mía, sé que no basta con poesía
para mostrarte cuanto te quiero.
Y no me alcanza la vida mía
para entregarte mi cariño entero.
Hoy, voy de tu mano por la vida,
y miramos juntos al horizonte.
Hoy, te has convertido tú en mi vida,
y el futuro nos espera, apasionante,
lleno de dudas, de incertezas y de engaños.
Hoy, lo único que sé es que te quiero,
que no me alcanzarán los años
para entregarte mi cariño entero.
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