"Escucha, hijo mío," dice en tono solemne
el caballero de cabellos de nieve y ojos de mar,
posando su fuerte y frágil mano, su mano indemne,
sobre el hombro tembloroso que ha de domar.
El joven alza la vista en admiración,
sin romper el sepulcral rumor de la noche
que se instala a su alrededor en toda dirección
y tapiza de calma al cielo azabache.
"Un hombre no es producto del destino;
no es fruto de los astros o la suerte,
ni deriva del azar en retorcido camino.
No consiste en querer burlar a la muerte,
o en la mofa incesante de la amada vida.
Un hombre no se esculpe con tímidos vientos,
con pereza o con ambición desmedida,
no se hace al huir eternamente de los miedos"
Contemplan los dos en silencio esa espada
que recibe los golpes lentos del herrero,
que se dobla y recibe gotas de la frente empapada
que vela por ella y la va armando con decoro.
"Mira bien la espada, querido hijo mío:
mira que sufre y se duele, pero poco a poco,
bajo el duro mazo que en calor infernal de estío
le da forma y belleza, surge del metal tosco
un arma perfecta, de fina y firme fuerza.
Ahí tienes como se forja el alma de un hombre:
poniendo a prueba el valor y la templanza,
ejercitando con presteza el espíritu pobre,
luchando cada día, venciéndose a uno mismo,
dando sin temblar cada paso y cada latido,
poniendo amor en todo aunque un sismo
agite los cimientos y arranque un gemido.
De la pobreza que hay en ti, mi hijo,
harán Dios y la vida una gloria, una hermosura,
siempre y cuando resistas, el cuerpo en la tierra fijo
y la mirada puesta en el cielo, en su eterna altura."
El joven soldado mira el horno, mira el fuego,
ve fundirse y cobrar fuerza al divino elemento,
mira dentro de sí, suspira y mira luego,
en fantasía, lo que le espera tras tan largo y buen tormento.
Deja que cobre vida en las comisuras de sus labios
una sonrisa que contiene su alma y vida enteras;
y al unísono se realza la certeza que une dos
promesas que han de ser por siempre sinceras.
El viejo caballero acaricia su barba cana
y con un destello de orgullo atrae al joven a su pecho;
ya los dos han entendido que en la vida sólo gana
el amor, que triunfa la lucha, y se sabe que se ha hecho
todo cuando huye el último aire fugaz al horizonte
el caballero de cabellos de nieve y ojos de mar,
posando su fuerte y frágil mano, su mano indemne,
sobre el hombro tembloroso que ha de domar.
El joven alza la vista en admiración,
sin romper el sepulcral rumor de la noche
que se instala a su alrededor en toda dirección
y tapiza de calma al cielo azabache.
"Un hombre no es producto del destino;
no es fruto de los astros o la suerte,
ni deriva del azar en retorcido camino.
No consiste en querer burlar a la muerte,
o en la mofa incesante de la amada vida.
Un hombre no se esculpe con tímidos vientos,
con pereza o con ambición desmedida,
no se hace al huir eternamente de los miedos"
Contemplan los dos en silencio esa espada
que recibe los golpes lentos del herrero,
que se dobla y recibe gotas de la frente empapada
que vela por ella y la va armando con decoro.
"Mira bien la espada, querido hijo mío:
mira que sufre y se duele, pero poco a poco,
bajo el duro mazo que en calor infernal de estío
le da forma y belleza, surge del metal tosco
un arma perfecta, de fina y firme fuerza.
Ahí tienes como se forja el alma de un hombre:
poniendo a prueba el valor y la templanza,
ejercitando con presteza el espíritu pobre,
luchando cada día, venciéndose a uno mismo,
dando sin temblar cada paso y cada latido,
poniendo amor en todo aunque un sismo
agite los cimientos y arranque un gemido.
De la pobreza que hay en ti, mi hijo,
harán Dios y la vida una gloria, una hermosura,
siempre y cuando resistas, el cuerpo en la tierra fijo
y la mirada puesta en el cielo, en su eterna altura."
El joven soldado mira el horno, mira el fuego,
ve fundirse y cobrar fuerza al divino elemento,
mira dentro de sí, suspira y mira luego,
en fantasía, lo que le espera tras tan largo y buen tormento.
Deja que cobre vida en las comisuras de sus labios
una sonrisa que contiene su alma y vida enteras;
y al unísono se realza la certeza que une dos
promesas que han de ser por siempre sinceras.
El viejo caballero acaricia su barba cana
y con un destello de orgullo atrae al joven a su pecho;
ya los dos han entendido que en la vida sólo gana
el amor, que triunfa la lucha, y se sabe que se ha hecho
todo cuando huye el último aire fugaz al horizonte
Qué hermoso poema!! ...no solo por su delicada y detallada forma sino sobre todo por el contenido que trasciende a la propia vida.
ResponderEliminarGracias Santi.
LVF
Felicidades santi!! Que orgullo conocer a alguien como tu!
ResponderEliminarSiempre con algo que mostrar!
Marco Cervantes
Tiene mucho mérito. Ayer hablé de eso con tu amigo Xavier Fàbrega, que te aprecia mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Lucy y Marco!
ResponderEliminarMuchas gracias Toni! Mándale mis saludos a Xavi...un abrazo!
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