Cuidadosamente, tomé mi pluma para trazar el recuadro que rodearía a la última respuesta de mi examen de Matemáticas. Había dibujado ese número y ese signo saboreando ya la libertad que me esperaba tras ellos. Sin creérmelo todavía, terminé de escribir, dejé la pluma a un lado y exhalé. Sentí que un peso desaparecía, que se relajaban mis facciones. Me levanté entonces, llevé el examen al escritorio de la Miss, le sonreí y salí del salón. Un aire frío acariciaba mi rostro y llevaba en él el olor húmedo del rocío que cubría el pasto y las flores del campo a mi lado. Quise imaginarme en ese olor el olor de la libertad, el que quizá algún esclavo de antaño aspiró al ser liberado de algún opresivo amo...bueno, quizá no tan drástico y dramático; sólo era el inicio de mis vacaciones de verano, pero aún así sonreí.
De inmediato, después de haber saboreado esta "libertad", comencé a preguntarme lo que haría en mi tiempo libre durante mis casi tres meses de vacaciones. Vinieron a mi mente cosas simples: pasar más tiempo con mis amigos y familia, leer más, escribir más...quizá alguna clase de algo que me guste. Pero lo más importante, pensé, sería no perder el tiempo.
Y es que el tiempo nunca vuelve. El tiempo no puede ir más rápido, ni más lento, ni detenerse (bueno, si se quiere ver científicamente, analizando la relatividad y esas cosas, sí se puede, pero ese no es el punto; supongo que eso quedaba claro desde un principio). Cada segundo es precioso, porque puede ser el último. Cada segundo es algo nuevo, algo maravilloso que merece toda nuestra atención y todo nuestro esfuerzo. Y sí, cada día debe ser vivido como si fuera el último. Claro, probablemente, la mayoría de nosotros vivirá una vida larga, sana y normal, y hay que tener ideales que nos orienten para mantener el rumbo en esa vida, ¡pero también es cierto que hay que aprovechar cada instante! El tiempo nunca vuelve. Y la vida es demasiado hermosa como para ser vivida en un letargo, medio dormidos, medio atontados...la vida es digna de vivirse.
Así que ese será mi propósito en mis largas (y merecidas, debo admitirlo) vacaciones de verano. No perder el tiempo. Y cada uno debería hacer lo mismo; no porque lo diga yo, sino porque si se piensa, si se medita, todos llegaremos a la misma conclusión. El tiempo nunca vuelve, y este tiempo que tenemos y que llamamos vida es digno de vivirse.
De inmediato, después de haber saboreado esta "libertad", comencé a preguntarme lo que haría en mi tiempo libre durante mis casi tres meses de vacaciones. Vinieron a mi mente cosas simples: pasar más tiempo con mis amigos y familia, leer más, escribir más...quizá alguna clase de algo que me guste. Pero lo más importante, pensé, sería no perder el tiempo.
Y es que el tiempo nunca vuelve. El tiempo no puede ir más rápido, ni más lento, ni detenerse (bueno, si se quiere ver científicamente, analizando la relatividad y esas cosas, sí se puede, pero ese no es el punto; supongo que eso quedaba claro desde un principio). Cada segundo es precioso, porque puede ser el último. Cada segundo es algo nuevo, algo maravilloso que merece toda nuestra atención y todo nuestro esfuerzo. Y sí, cada día debe ser vivido como si fuera el último. Claro, probablemente, la mayoría de nosotros vivirá una vida larga, sana y normal, y hay que tener ideales que nos orienten para mantener el rumbo en esa vida, ¡pero también es cierto que hay que aprovechar cada instante! El tiempo nunca vuelve. Y la vida es demasiado hermosa como para ser vivida en un letargo, medio dormidos, medio atontados...la vida es digna de vivirse.
Así que ese será mi propósito en mis largas (y merecidas, debo admitirlo) vacaciones de verano. No perder el tiempo. Y cada uno debería hacer lo mismo; no porque lo diga yo, sino porque si se piensa, si se medita, todos llegaremos a la misma conclusión. El tiempo nunca vuelve, y este tiempo que tenemos y que llamamos vida es digno de vivirse.
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