Getsemaní

La pesada oscuridad se cierne sobre el mundo
y cae sobre él un manto de silencio, profundo.
Se revuelve sobre el monte una sombra, la niebla
que viene de debajo se agita y tiembla.

Entre espinos y pierdas, en la cima del monte,
con la dulce mirada perdida en el horizonte
se sostiene ese hombre de un tronco formidable,
pues sus piernas, movidas por un temor invisible,

han perdido la fuerza y lentamente han cedido
bajo el peso infinito que le ha oprimido
sin ser culpa suya. Ha caído de rodillas,
levantado los ojos, inundado las pupilas...

Corren por su bello rostro pesadas gotas
de sangre, de sangre y de lágrimas.
Un suspiro desgarra el aire y corre por el cielo
y el tiempo de detiene, como atrapado en hielo.

Desfilan frente a Él mis pecados, mis traiciones
le traspasan mis maldades, mis dolores;
cada uno de mis errores abofetea su mejilla ensangrentada,
le atraviesa el corazón mi iniquidad presente, futura y pasada.

Y Él desea que pase veloz el cáliz
que porta sus dolores, los de un mundo infeliz
que le ha olvidado y se ha empeñado
en agudizar el sufrimiento infinito, incomprendido

que le acosa sin cesar, que le persigue.
Sin embargo, Él esboza una sonrise y sigue
haciendo ese esfuerzo por recordar
el momento en que me vería al cielo implorar

por mantener mi pureza,
por el eco que clamaba por mi fuerza.
Se incorpora, se levanta...va dispuesto
a morir por mi con una sonrisa en el rostro.

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