En mi soledad, me viene a la mente
el eco de los pasos que ha dado la gente.
¡Gigantes, soldados, valientes, humanos!
Titanes tejiendo sin cesar sus sueños...
Se disipa mi atención de las cosas mundanas
y, sin esfuerzo, vuelan mis pensamientos cruzando montañas
y cielos y mares hacia aquella conciencia eterna
que yace oculta en su secreta caverna.
¡Necrópolis de los azares del destino
que han dictado de la humanidad el camino!
Ahí se guardan los proyectos y las ilusiones
que han formado los intelectos dementes.
Y es que es la locura, brillante, sorprendente,
quien le da organización a un mundo errante.
Es esa chispa de amor y de alegría
la que hace falta hoy, es ella a la que entono mi elegía.
Quiero ser yo uno de aquellos
que, con el afán de sus sueños más bellos,
son el interés del orbe entero
y que lorgan cambiarlo. Quiero
sujetar al mundo en la palma de mi mano
e infundirle un soplo de nueva vida, cual lejano
fuego que ilumina la esperanza
y que nunca se agota ni se cansa.
¡Quiero vivir en un mundo que ame la poesía!
Y sí, acúsenme por creer en la utopía,
pero es que yo sé que el hombre, por Dios bendito,
tiene en su alma el poder del infinito.
La utopía no es utopía;
es el deseo que desde siempre había
por voluntad y coherencia,
por amor y paciencia.
Recojamos los despojos del mundo,
y alimentemos con ellos al ideal moribundo
que aún sopla en los vientos:
que éste exalte y domine las pasiones de cientos.
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