Sabes, niña mía, no sé qué me da más miedo:
herirte con palabras vanas y absurdas
o herirte con un silencio que busca sosiego
y que termina rompiendo mis (¿tus?) esperanzas.
Sé que a veces no hay nada que sea cierto
en el mar infinito de la duda que me atormenta,
que me azota con su lluvia y con su viento
y sacude lo que a mi vida cimienta...
Nada...sólo el susurro y el suspiro de silencio
que se oye cuando pronuncias mi nombre,
sólo ese puro y sincero delirio
que sacude mi alma al tú verme.
La única certeza en mis trágicos naufragios
es el cariño que te guardo en el espíritu,
el deseo de tu felicidad sin vacío,
mi admiración continua en mesurado ímpetu.
La luna te promete muchas cosas, niña mía,
yo, pobre mortal, no puedo ofrecerte más que una:
que moriré con tal de obtener tu alegría,
que ella es para mí bendición como ninguna,
que a Dios le rezaremos, que a Él apuntaremos,
que será Él la fuerza verdadera que se esconda
tras cada caricia, tras cada mirada que esquivemos,
que será Él quien reviva la memoria olvidada
y la huella del amor que nutrirá nuestra pureza
y que nos mantendrá juntos mirando hacia el futuro,
que será Él la eterna y poderosa fortaleza
que ilumine la vida siempre, hasta en el andar más oscuro.
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