"Hombre y Mujer los creó..."

Imaginen a un águila. Imponente, poderosa, surca los cielos cerca de las nubes vigilando el espacio que se presenta bajo ella. Sus plumas tiemblan mientras el frio aire de las alturas la sostiene ahí arriba mientras vigila un inmenso valle verde atravesado por un ondulante río de aguas cristalinas. Oculto en su garganta está el alimento que lleva para sus crías hambrientas que la esperan en la soledad de una afilada cumbre. Cuando llega a su nido, envuelve a los aguiluchos con sus largas y fuertes alas, y luego deposita en sus picos el alimento que guardaba, para conservarlos con vida un día más. Se acurruca junto a ellos unos instantes, y después retoma el vuelo en busca de una nueva presa. Altiva, sabe que es la reina del cielo, que no hay creatura alguna que se oponga a su dominio de lo alto.

Ahora, imaginen que de repente a esta águila le dieran ganas de nadar en el río que corre por el valle. Que de repente renuncie a su papel de águila y que quiera ser como un pececito que se zambulla en el agua, que ya no tenga plumas sino frías escamas, que desaparezca su pico y que se convierta en una boquita inútil que se abre y se cierra sin cesar para atrapar cuantos ínfimos comestibles tenga el agua. Y luego imagínenese que, no contenta con estar ya en el agua del río, quiera irse al mar, y convertirse en tiburón y deslizarse por las profunidiades negras de un agua helada y sin vida. Ya del águila no quedaría ni la sombra.

Todo esto, un poco raro, quizá, me vino a la mente mientras leía hoy. Estoy leyendo un libro de C.S. Lewis (que, como quizá ya se habrán dado cuenta, es uno de mis escritores favoritos) llamado "Los Cuatro Amores". En él se explican los que son, desde el punto de vista de Lewis, los diferentes tipos de amor; se habla de cómo se expresan estos y de muchas otras cosas que tengo planeado tratar en una entrada más adelante. Pero en fin, lo que me puso a pensar (¡cómo me ponen a pensar los libros!...casi tanto como las experiencias de mi propia vida) fue el capítulo en el que habla de la amistad. Y ya sé que la amistad no tiene nada que ver con águilas y tiburones, pero no importa, porque en esta entrada no voy a hablar de la amistad. Voy a hablar de otra cosa muy distinta, pero tengo que mencionar lo que causó mi reflexión, y por eso hablo del libro.

Voy a hablar del hombre y de la mujer. Quizá esta entrada hubiera sido mejor escribirla hace dos semanas, por ahí del 8 de marzo, con motivo del día de la mujer, pero no se me había ocurrido, y uno no puede forzar a que vengan los pensamientos.

En fin...hay que reconocer que, por desgracia, el trato que se le ha dado a hombres y a mujeres a lo largo de la historia no ha sido igual. Ha sido muy desigual, a decir verdad. Y claro, como toda injusticia, ha habido reacciones a ella. El meollo de la cuestión está ahí: ¿hasta qué punto son válidas las peticiones de igualdad?

Primero, hay que clarificar que justicia no significa tratar a todos por igual; significa darle a cada uno lo que se merece. Y, aunque todos tengamos, por el simple hecho de ser seres humanos, la misma dignidad, no podemos tratar a todos de la misma manera. Y no piensen que estoy loco...pero no vamos a tratar de la misma manera a nuestra mamá, a nuestro mejor amigo, al Presidente y al Papa, ¿o sí? Todos somos seres humanos, sí, pero además de esta esencia idéntica que todos compartimos (el alma) y que hace que tengamos la misma dignidad, cada persona tiene atributos distintos que la hacen ser única y hermosa. Hay que respetar esta pluralidad, pero este respeto no quita el hecho de que todos tengamos roles distintos que cumplir dentro de la sociedad y que el trato que recibimos y un poco de lo que somos siempre va a depender de este rol.

Otro punto es que el hombre y la mujer no son iguales en ningún aspecto, ni física ni psicológica ni espiritualmente. Estas diferencias están claras para todo el mundo. El hombre y la mujer nuncan serán iguales, serán siempre complementarios. Y este es uno de los puntos que hacen tan grande al amor entre un hombre y una mujer. Pero es en estas diferencias donde radica la diferencia en los roles que juegan el hombre y la mujer en la sociedad. La mujer es el pilar de una casa, de una sociedad. Claro que está bien que la mujer estudie, que trabaje, que "se supere" (como ellas dicen a veces), siempre y cuando no pierdan de vista que su rol principal nunca dejará de ser el hogar. No porque sean inútiles haciendo otras cosas, al contrario, porque si ellas no sostienen a la familia, y con ella a la sociedad, nadie lo hará. El hombre no sabe hacerlo. El hombre en la Prehistoria iba de cacería, y hacía armas y luchaba y demás. La mujer cuidaba la casa y los hijos, hacía la comida...obviamente no se le puede relegar solamente a estas cosas, pero ellas son las más aptas para hacerlo. Por algo existe una cosa llamada instinto maternal...

Esta asignación de roles no hace que la mujer sea menos que el hombre, o viceversa. Eso es absurdo. Es como decir que el cerebro es menos que el corazón porque no bombea sangre, o que el corazón es menos que el cerebro porque no puede tener neuronas. Si el cerebro dejara un día de enviar impulsos eléctricos por obstinarse en bombear sangre moriríamos; si el corazón dejara de bombear la sangre por querer a toda costa adueñarse de las neuronas, moriríamos también. Si el hombre o la mujer se rehúsan a practicar los roles establecidos por su misma naturaleza (me atrevería a decir que hasta por Dios), la sociedad decaerá y morirá lentamente.

Por último, enlazaré mi "fábula" del águila con el resto de las cosas. Hay mujeres que, como el águila, se empeñan en obtener cosas que tienen los hombres con el pretexto de la igualdad, aunque estas cosas sean propias de los hombres. Lo obtienen, quizá. Pero no se contentan con eso, y siguen buscando más y más cosas que lo asemejen al hombre buscando su supuesta igualdad. Y entonces, el águila va dejando su plumaje, su pico, sus garras, su belleza, su vuelo...y la mujer deja de ser mujer para convertirse en un espectro movido por una voluntad invisible en una lucha sin sentido. 

Lo hermoso de que a Dios se le haya ocurrido crear hombres y mujeres, es la complementariedad que surge entre los dos sexos. Misma dignidad, sí. Mismo ser, no. Se complementan, se unen en el matrimonio...y forman un sólo cuerpo que opera al unísono, cada uno desempeñando funciones distintas como lo hacen los órganos de nuestro cuerpo. Pero esto del matrimonio es otra historia...

Comentarios

  1. Te devuelvo la visita, Santi. Me ha hecho ilusión tu visita. Te agradezco tus palabras. Me he hecho seguidor de tu bloc. Acabo de leer esta entrada tuya tan extensa. Un fuerte abrazo y ¡viva México!

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