Vivo sin vivir en mí

Santa Teresa de Jesús ha sido una de las más grandes santas que han existido, al menos desde mi punto de vista. No sólo por su ejemplo de humildad y de servir a Dios hasta en las cosas más pequeñas, sino también por sus experiencias místicas que la llevaron a comprender el Amor de Dios de maneras muy profundas que muchos de nosotros no podemos o nos cuesta entender.


Como fruto de estas reflexiones escribió, además de sus maravillosos libros, unos poemas excelentes. Hoy, mientras pensaba un poco en mi vida, y gracias también a una entrada en el blog de un amigo mío, estuve pensando en algo que ya he descrito más o menos antes. Pensé que en la vida siempre hay que tener una razón grande e importante para vivir, porque cuando todo va de maravilla es fácil ser "feliz", pero cuando la vida nos pone a prueba también pone a prueba esta visión que tenemos de la trascendencia de nuestros ideales y del sentido de nuestra vida. En el poema que pongo a continuación, se ve, por ejemplo, que la razón que movía a Santa Teresa en su vida era el Amor de Dios. Así, sencillamente. Y tan grande era este deseo de amar que ella no deseaba otra cosa más que reunirse con Dios. Sin embargo, no por eso dejaba de vivir su vida, no por eso iba a odiar su vida, lamentarse o suicidarse. Al contrario, su deseo de ser uno con el Amor la motivaba a orientar todas sus acciones del presente a esa eternidad que la esperaba. Ese debe ser nuestro sentido: vivir nuestro presente con los ojos puestos en la eternidad. Les dejo entonces este poema, en el que se ve expresado con palabras mucho más hermosas que las mías lo que dije antes:

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

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