La Travesía del Viajero del Alba

Leí por primera vez las Crónicas de Narnia cuando venía de cumplir los once años, y en ese momento fueron simplemente cuentos de niños. Sí, echaron a volar mi imaginación, pero no fueron más que otra historia de caballeros, magia y guerras en tierras lejanas. Hoy, con mi dieciséis añitos bien cumplidos y con un poco de más madurez encima, vi en el cine la película de “La Travesía del Viajero del Alba”. Y mientras estaba en el cine caí en la cuenta de que las historias de C.S. Lewis son el reflejo de una mente inteligetísima y de una conversión profundísima. Este libro (el quinto de la saga) habría podido llamarse “La Travesía de un Alma” sin ningún problema. A través de la historia en sí, y también con historias particulares, Lewis nos va llevando en  el viaje de un alma que busca la salvación.

Tomemos primero como ejemplo a Eustace. Al llegar a Narnia, es rebelde, solo se queja, se enoja…en pocas palabras, no quiere aceptar la realidad. Es como un alma que ha visto probada la existencia de Dios por milagros o por lógica pero que aún encuentra a su intelecto metiéndose en el camino, o a excusas de falta de tiempo que no son más que falta de interés y de compromiso. Estas almas van luego a buscar a la Verdad por otros medios, como Eustace cuando quiere llevarse el oro que termina por convertirlo en un dragón. Esos otros caminos a la Verdad, sean vicios, sectas o filosofías extrañas, terminan por herir el alma del hombre y lo tranforman en algo que no es, en un alma desfigurada que hace temblar a sus hermanos. Y sin embargo Dios, en su infinita sabiduría, siempre logra sacar algún bien de nuestras tonterías y debilidades. Fue solo siendo un dragón que Eustace pudo dares cuenta de sus errores, recapacitar y lograr un cambio.

Antes de que el cambio de diera por completo, sin embargo, hay otro factor que es importante considerar. Mientras van remando hacia el país de Aslan (claramente, el cielo), Eustace dice que por más que él intentaba, no podia volver a ser un niño. Necesitó que Aslan diera el ultimo toque, por así decirlo. Y así es con cualquier alma. Por más esfuerzo humano que hagamos, si no nos abandonamos completamente a la voluntad de Dios no podremos rendir fruto.
“Sólo teniendo una fuerte voluntad sabrás no tenerla para obedecer,” escribió San Josemaría Escrivá de Balaguer. Hay que formarnos, sí, y formar nuestra voluntad, pero al final hay que abandonarse al amor de Dios. Eustace es, para mí, como otra imagen del Cirineo, que al principio se ve forzado a llevar su cruz pero que al final de su vida la acepta y la ama.

En fin, también hay que considerar el viaje del barco en sí. Esto no podría estar más claro…tempestades, monstruos, nieblas verdes…todo esto representa a las tentaciones que azotan nuestra alma. La única manera de superarlas es tal y como nos muestran allí: teniendo claro el objetivo que queremos alcanzar.

Terminaré citando completa la frase de San Josemaría, que define en pocas palabras la travesía de un alma para llegar a su meta:
“Templa tu voluntad, viriliza tu voluntad: que sea, con la gracia se Dios, como un espolón de acero; solo teniendo una fuerte voluntad sabrás no tenerla para obedecer.”

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