La gloria oculta

Ha pasado mucho tiempo (más de dos meses) desde la última vez que me senté frente a mi computadora y me puse a escribir algo. Es increíble que la vida pueda irse tan rápido, que el tiempo se escape de nuestras manos como arena, como la corriente un río que no podemos frenar. Y es aún más increíble que estemos en ocasiones tan consumidos por el frenesí de lo cotidiano que no nos detenemos a pensar en cómo vamos cambiando día a día por detalles a los que en el momento no les damos importancia. Claro, hay cosas más vistosas que claramente afectan quiénes somos y cómo somos, pero hay veces en las que ni siquiera nos damos tiempo para reflexionar acerca de ellas y, por eso, no las aprovechamos suficiente ni aprendemos todo lo que podemos de ellas. 

La semana pasada viví una experiencia que creo que me marcó mucho. Fui a jugar el Nacional de fútbol de CONADEIP con 20 amigos de mi equipo. Bueno, más bien, a ver desde la banca el Nacional, porque no jugué ni un minuto. Pero no me importa. Durante estos últimos seis meses en el equipo, he aprendido que el papel que juego desde la banca, animando a mis amigos, festejando como un loco cuando marcamos un gol, gritándoles consejos a la mitad del partido, dándoles una palmada de apoyo en el medio tiempo y un abrazo de felicidad al final es quizá igual de importante que si estuviera rompiéndome el pecho dentro de la cancha. Me encanta. Y soy el más feliz cuando ganamos un partido, y sufro infinito cuando vamos perdiendo. Y soy también el más feliz en los entrenamientos de todos los días...

En fin, por meses habíamos entrenado y luchado por clasificarnos al Nacional, y lo habíamos logrado con paso perfecto, invictos en las eliminatorias. De hecho, en toda la temporada hasta que llegó el Nacional no habíamos perdido un sólo partido. Llegábamos a Torreón con la moral por los cielos, con un estilo de juego excelente y con una unión y unas ganas de ganar tremendas. Así enfrentamos el primer partido, en el que logramos un empate a ceros y luego llevarnos dos puntos de tres al ganar en penales. Lo saboreamos como una victoria completa, por todo lo que habíamos sufrido durante el partido. Al día siguiente, sin embargo, se dio uno de esos partidos en los que a la justicia no se le ocurre irse a parar al campo. Tuvimos fácil quince llegadas a la portería rival y el gol no llegaba...ellos tuvieron una, y la aprovecharon. Perdimos 1-0. Pero gracias a Dios, no caímos en la tentación de bajar la cara y dejarnos consumir por la tristeza. Sabíamos que todo dependía de nuestro tercer partido, y dejamos en él el alma. Ganamos 3-0 con un partidazo y un golazo increíble de un amigo. Aún así, el resto de resultados que necesitábamos para pasar no se dieron, y, con 5 puntos, nos vimos eliminados del torneo.

Recibimos la noticia en silencio, con una tristeza que se hizo palpable. Todo nuestro esfuerzo, todas nuestras ganas...¡todo para nada! Bueno, eso pensaba yo al principio. Pero luego me pregunté: ¿para nada? ¡Por supuesto que no! ¿Qué no nos habíamos unido más entre todos, no habíamos logrado todos contagiarnos de un mismo ánimo y de una misma alegría? ¿No habíamos entregado todo en la cancha, no habíamos sido un equipo que permaneció fiel a su estilo y a sus valores aún en la derrota? ¿No habíamos encajado con hombría y con honor esa derrota? Y es que yo he llegado a pensar que aceptar con honor una derrota te da una gloria que no se puede comparar ni con la más grande victoria. Y nosotros lo habíamos hecho. Habíamos felicitado al rival, mantenido una sonrisa en el rostro (claro, después de unos minutos de inmensa tristeza...), y entre nosotros habíamos creado una amistad y una unión que podría ya superar los obstáculos que nos trajera el futuro.

Hace poco, me preguntaron en una clase que si yo valoraba una experiencia por el éxito obtenido al final o por la calidad a lo largo de ella. Yo respondí lo segundo, y ahora, más que nunca, me he dado cuenta de que así es en realidad. Por eso, aunque regresamos sin una medalla al cuello, y no ganamos el Nacional, ganamos mucho en el Nacional. Y por ello, fui increíblemente feliz. 

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