Un Reclamo

Aclaro una cosa antes que nada: este poema no refleja en absoluto las emociones que siento en este momento. Es un poema que he escrito poco a poco, en diferentes días y lugares, cuando quizá sí me he sentido así. Y, sinceramente, ¿quién no se ha sentido así en algún momento de su vida? Este poema está escrito como si fuera un reclamo a la vida en esos momentos en los que nos sentimos totalmente solos, incomprendidos, olvidados, hasta odiados, quizá. Desde mi punto de vista, no es un reclamo justo, por supuesto. Pero, ¿quién es justo en el dolor y en la tristeza?

Dentro de unos días (o tal vez hoy, pero más tarde...) escribiré otro poema que refleje la respuesta que me ha dado la vida cuando ha escuchado mis reclamos egoístas y soberbios. Por el momento, sin embargo, aquí está ese injusto reclamo que he hecho en silencio más veces de las que me gustaría admitir: 

¿Qué quieres, vida, que te dé,
si le has robado las sonrisas 
a mi alma?
¿Por qué me pides fuerza,
si el muro que levantas frente a mí
es infinito?
¿Pretendes que lo escale para siempre?

Cansado estoy de seguir
luchando,
de mantenerme erguido,
de recibir golpe tras golpe
en el pecho,
en el pecho que oprimes 
con tu indiferencia
y tu crueldad.

¡Maldita sea tu tortura,
maldita sea tu insensatez!

¿Por qué he de seguir
caminando si has cavado
un precipicio a ambos lados
de mi incierto sendero
y has lanzado a ese abismo
todo aquello que yo amaba?
¿Cómo he de seguir
mirando al cielo,
si me has enterrado vivo
en la tristeza,
si has cubierto mis ojos
con el velo del dolor
y la injusticia?

Me pides que dé, que sonría;
me pides que ame, que no me rinda;
me pides al menos
que me mantenga en pie.

¡Escucha cómo me rio de ti,
cínica despiadada!
¡Recibe mi desprecio,
límpiate el escupitajo 
que he lanzado a tu rostro!

¿Quién me ha dado tan siquiera una sonrisa?
¿Quién me ha amado?
¿La brisa de qué mar me ha acariciado?
¿Qué hombro se ha ofrecido
para absorber mi llanto,
qué mano se ha mostrado
y me ha ayudado a levantarme,
qué labios me han susurrado
al oído un consejo?
¿Qué pies han recorrido 
el amargo camino
que yo he hecho solo?
Ni tú ni nadie me ha dado nada
más que cadenas y latigazos.

No me tienta, sin embargo,
cubrirme con el velo 
de una noche interminable.
Abandonarte sería
un premio que no mereces.

Buscaré la fuerza para remar
en el caudal de este río
que mis lágrimas llenaron.
Mas no por ti, vida, ni por nadie
más que por el orgullo
que tuve, tengo y que tendré.
Y si algún día encuentro mis respuestas
las guardaré en mi ataúd
y me iré con ellas
a las entrañas de la tierra.

A I.

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