La entrega exige posesión

En una entrada pasada, que titulé "Hombre y mujer los creó...", hablaba de los roles del hombre y la mujer en la sociedad. Al final, mis pensamientos se dirigieron hacia el matrimonio y quedé de escribir una entrada sobre eso. No es fácil para mí, la verdad...cualquier escrito, en mi opinión, refleja una parte de la vida de su autor y al tener 16 años nada más, obviamente no he tenido la experiencia directa del matrimonio (quizá su fueran otros tiempos sí, pero el cambio en el mundo nunca se detiene y por lo pronto las cosas son como son). He visto, claro está, matrimonios grandiosos en acción: mis papás, como primer y mejor ejemplo, y otros matrimonios que conozco y que admiro. Así que ahora hablo gracias a esto que he visto, y a ciertas cosas que he leído y escuchado que me han abierto los ojos a la grandeza del matrimonio. No entraré mucho en detalle; uno podría escribir volúmenes enciclopédicos hablando de esto. Sólo enumeraré algunos puntos que me parecen importantes. 


Primero: el amor, en cualquiera de sus expresiones, pero sobre todo en el amor conyugal, es un ejercicio de las tres capacidades del alma, de eso que nos distingue de los animales y nos hace ser humanos: la inteligencia, la libertad y la voluntad. Podría decirse entonces que al amar somos realmente, que sólo así alcanzamos la plenitud de nuestro ser. Con la inteligencia, aprendemos lo que significa amar, conocemos los compromisos que se asumen al amar, nos conocemos a nosotros mismos y conocemos a la persona que se ama. La libertad nos hace tomar la decisión de amar, libres de toda presión externa, libres de todo menos de esa certeza de querer realizarse plenamente en el amor. La voluntad nos lleva a querer esa decisión y a perseverar en ella todos los días de nuestra vida. Cuando se ama conyugalmente, se hace un compromiso un día, el de la boda. La voluntad nos ayuda a hacer ese compromiso y a ser fiel a él todos los días de la vida. Así que amar es, sobre todo, un acto continuo de la voluntad.


En segundo lugar, el amor conyugal es un ejercicio que implica conocimiento y posesión de sí mismo. El amor es entrega total, pero para entregarse primero hay que poseerse. Poseerse y conocerse implica saber las virtudes que uno tiene pero también los defectos, admitir que se tienen grandes fortalezas pero que también se es débil en ocasiones; es tener en cuenta nuestros límites. Es conocer el amor, saber cómo se debe amar, si se es capaz de amar y cómo se es capaz de amar. Poseerse es dominar y controlar los impulsos y las pasiones y no permitir que éstas nos encadenen a nosotros. En otra entrada mencioné una frase de san Josemaría Escrivá de Balaguer: "Templa tu voluntad...que sea, con la gracia de Dios, como un espolón de acero. Sólo teniendo una fuerte voluntad sabrás no tenerla para obedecer." En el matrimonio quizá no sea necesaria la obediencia como tal, pero lo que quiero decir con esta frase es que sólo al poseer una voluntad fuerte que pueda controlar a uno mismo se puede llevar a cabo la entrega necesaria en el matrimonio.


Lo repito: el amor es entrega incondicional al ser amado. La entrega, sin embargo, exige posesión de uno mismo. Conociendo nuestro interior podemos encontrarnos a nosotros mismos en otra persona y estar dispuestos a amarla por toda la vida. Al entregarse a otra persona se reconoce en ella la propia esencia y es posible desarrollar nuevos aspectos de la vida. Al tenerse y al darse uno cae en la cuenta de que el ser amado es un alguien que requiere la vida entera, un alguien cuya felicidad debe buscarse a toda costa y no un algo que se utiliza para el propio placer. Al amar en el matrimonio, dos seres se funden en uno solo y emprenden una lucha de todos los días por alcanzar la plenitud del propio ser y del nuevo ser que son.

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